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1 de marzo de 2000

Caso: Julio Da Rosa



El crimen es un hecho aislado e inusual en Uruguay, como advirtieron la SIP, ANDEBU, APUSTCS, RAMI, OPI y AIR:

1 de marzo de 2000
Jorge Elías

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1-3-2000


Carmelo Nery Colombo iba a suicidarse de todos modos. Estaba agobiado por las deudas. Y estaba agobiado, también, por un sumario municipal, cual tacha en su foja de servicios, que le impedía ser de nuevo el secretario administrativo de la junta local de Baltasar Brum, Uruguay. Cargo grande en un pueblo chico, de apenas 2.600 habitantes, que había ocupado entre julio de 1998 y mayo de 1999.

Un diario de la ciudad de Artigas, cabecera del departamento homónimo y, a la vez, municipio del que depende Baltasar Brum, publicó el lunes 21 de febrero del 2000 un editorial en el cual enumeraba a aquellos que, por distintas razones, no podían aspirar al cargo de secretario,

vacante. Colombo, de 63 años, dueño del supermercado Gigante, figuraba entre ellos.

Julio Da Rosa, propietario y director de CV 149, Radio del Centro, el único medio de comunicación en varios kilómetros a la redonda, no hizo más que leerlo frente al micrófono. Lo pagó con la vida. Colombo, ofuscado, pidió por teléfono una entrevista urgente con él con tal de realizar un descargo. Reunión que, por meros desencuentros, se demoró hasta el jueves

24.

A las 11.25 de ese día, en una radio solitaria y precaria que funciona en la antigua estación de un ferrocarril que ya no corre, Da Rosa, de 36 años, salió del baño y, al parecer, sin mediar palabras, recibió un balazo, a la altura del corazón, que calló de inmediato su voz. Una voz que, después de cinco años en el aire, era familiar en Baltasar Brum y sus alrededores.

Colombo se voló la tapa de los sesos; había gatillado por última vez el revólver calibre 38, marca Martin, que conservaba desde los tiempos en que era policía y en que, curiosamente, se había ganado más de una observación por no desenfundar el arma cuando correspondía.

"En tres minutos pasó todo"

Dos cápsulas servidas, causas de las estampidas que sacudieron de pronto la modorra de un pueblo rural, tan respetuoso de los buenos días como de la siesta y del mate, quedaron en el piso de la radio, la puerta entreabierta, al costado de los cadáveres. Un horror súbito, aún inexplicable, por más que prometa el rótulo de caso cerrado.

Testigo del correlato, no del crimen en sí, Alexis de los Santos, de 22 años, empleado de la radio (secretario, operador y locutor), dice: "Apareció Colombo. Julio estaba en el baño. Le avisé. En tres minutos, cinco como mucho, pasó todo. No creo que hayan podido hablar siquiera".

Colombo, padre de dos hijos casados que viven fuera del pueblo, conducía su propio programa en la radio. Uno semanal, de media hora, que apuntaba al sector de los colorados al que respondía en la política. En Uruguay, en especial fuera de Montevideo, la polarización entre ese partido y el blanco (también llamado Nacional) es casi absoluta. Por más que Jorge Batlle, el actual presidente, hijo dilecto de una dinastía de colorados que se remonta a 1868, haya vencido en una segunda vuelta al Frente Amplio, de izquierda, con el respaldo de los blancos. Una alianza rosada, digamos.

"Política y fútbol son temas que reportan éxitos en la radio, pero en un pueblo chico entrañan serios riesgos", conviene José Luis Da Rosa, el mayor de los tres hermanos de Julio que, después de trabajar con él en sus comienzos, se radicó en Maldonado, cerca de Punta del Este. Ahora, tras seis meses de ausencia, ha vuelto a Baltasar Brum. Procura reabrir la radio, muda desde el día del crimen.

La viuda de Da Rosa, Euda Fernández, partió por un tiempo rumbo a Bella Unión, la ciudad grande más cercana, de 16.000 habitantes, con sus cuatro hijos: César, de 17 años; Sonia, de 15; Diego, de 11, y Laura, de 9 años.

Amenazas antes del crimen

Bella Unión está a unos 70 kilómetros de Baltasar Brum. La mitad de la distancia serpentea en caminos de tierra. Circunstancia que, en medio del campo, con vacas que pastan alambrados afuera y camiones que echan polvo por las huellas, vulnera los accesos cuando llueve. El pueblo es tan chico que tiene un solo médico, Carlos Echenique, conductor, en su momento, de un

programa de medicina preventiva, Salud para todos. En la radio, desde luego.

Dice José Luis, el hermano de Julio, que su cuñada, Euda, está asustada. Que fue amenazada por teléfono antes de que muriera su marido. "Era una voz femenina", recuerda. Y que, incluso, un par de días después de los funerales, habría recibido ofertas por la virtual venta de la radio, de amplitud modulada.

"No transmite momentáneamente por el fallecimiento de mi hermano -explica Da Rosa, luchando contra el nudo que se le hace en la garganta-. No queremos que se desvirtúe el espíritu con el que la fundó Julio. Va a conservar el sentido comunitario con el que la gente, sin necesidad de pasar por filtros ni nada de eso, iba al estudio y utilizaba el micrófono. Es importante en un pueblo, sobre todo por la difusión de noticias locales, como enfermedades o sepelios."

Por ahí pasa, precisamente, el valor de la radio y, detrás de ella, del hombre que, después de haberse recibido de técnico en electrónica y de haber trabajado como cronista del Canal 10, de televisión, de Bella Unión, se animó a empezar de cero, en una estación de ferrocarril, con un medio de comunicación propio, aunque, según la mayoría, sus puertas estuvieran siempre abiertas a todo aquel que tuviera algo que decir.

La ausencia del ferrocarril, desde 1988, profundizó el aislamiento del norte de Uruguay. Baltasar Brum no escapa de las generales de la ley en un país golpeado, en 1999, por la devaluación en Brasil y, como consecuencia de ella, por la recesión, la caída de la recaudación impositiva y el repunte del desempleo.

Dos personas conocidas

En los años 50, Colombo era mozo en un bar de Artigas, en donde nació. De ahí lo conocían Hugo Alves, dueño de una ferretería que queda enfrente de la radio y conductor de un programa de tangos que debió suspender por falta de publicidad, y Elio Silveira, secretario administrativo interino de la junta local.

"Estaba decidido a suicidarse por sus quebrantos económicos", admite el sobrino, Juan Carlos Martinicorena, edil de la junta y miembro, como su tío en su momento, de la Sociedad de Fomento Rural de Cabellos. En ella, Colombo actuó como gerente durante varios años.

Tantas actividades en el mismo sitio hacen difícil concebir la realidad tal cual es. O fue. Les pasa a todos. En particular a Hugo Dissimoz, uno de los que prestó su colaboración para que la radio fuera una realidad. Es periodista. Reparte su tiempo entre un programa dominical, Vibraciones de un pueblo, desde el cual lanza campañas solidarias que han rendido sus frutos (una niña fue operada en Madrid); la panadería de su propiedad, La Estrella, y el Club de Leones.

"La radio es algo vocacional que hago desde 1986 -cuenta-. Nunca cobré un peso por esto. Con Julio nos llevábamos muy bien. Yo tenía más experiencia que él y, por eso, lo ayudé. Era impensable que dos personas conocidas, él y Colombo, terminaran así. A mí me golpearon en 1990 por comentarios de fútbol, otro tema controvertido en el pueblo, pero creo que, en este caso, el arma estaba cargada para cualquiera."

El caso está prácticamente cerrado. Martinicorena lo duda: "Colombo tenía un moretón en el ojo derecho y, cuando nos entregaron sus pertenencias, después de la autopsia en la Morgue de Bella Unión, vi que la montura de los anteojos y el vidrio estaban rotos. Por ahí entró la bala,

pero esas marcas no guardaban relación con el disparo. También escuché en el pasillo que tenía cuatro costillas fisuradas".

"No era más que el cartero"

Inútil confirmarlo en la comisaría del pueblo, más presta a tomar los datos de un extraño que a brindar información propia. La hipótesis, sin embargo, abriría la posibilidad de que Colombo y Da Rosa hayan peleado antes del crimen. Lo cual, en verdad, no resolvería nada. Llenaría, a lo sumo, el vacío de tres o cinco minutos que se produjo entre el encuentro de ambos y el desenlace.

Está claro, en principio, que la ira de Colombo respondió a sus deudas. "Ocultas para la familia, ya que era muy cerrado", confiesa Martinicorena, un blanco en un mundo político colorado. Su frustración por no poder ser otra vez el secretario de la junta habría sido la gota que desbordó el vaso, como observa De los Santos.

La familia de Colombo, perpleja, distribuyó una carta abierta a la ciudadanía por medio de la cual intentó justificar su actitud o, al menos, atenuar el dolor que ocasionó: "Sabedores somos de que en su afán constructivo cometió errores humanos, administrativos y políticos que

fueron, en definitiva, los que motivaron su renuncia y posterior investigación administrativa, pero de una cosa damos fe: no hubo dolo".

Es el párrafo que se refiere a su breve gestión, de 10 meses, en la secretaría de la junta. Sólo Silveira, empleado municipal con rango de jefe que ejerce actualmente el cargo, se anima a hablar de excesos de gastos como causa del sumario en sí, un trámite interno. Y agrega: "La gente se marea con la plata que entra. En un pueblo rural aportan los propietarios de los campos, pero no todo se queda aquí".

Los otros prefieren omitir los detalles. Vacilan sobre la determinación de Colombo, acaso más guiada por el pulgar hacia abajo del intendente de Artigas que por el editorial del diario y por su lectura en la radio. Da Rosa, la víctima, no era más que el cartero, como sucede con absurda frecuencia.

Un hecho aislado

"El cargo de secretario es algo así como convertirse en el padre de todas las necesidades -describe Dissimoz-. La junta es la casa del pueblo. A ella van los necesitados, aquellos que no tienen para comer o que piden un camión para la mudanza. Tiene su cuota de poder, claro. Es una llave política."

Detrás de él, en su oficina, un cartel reza: "Si alguien te habla mal de mí, pregúntale cuánto me debe". El mismo texto, cual consigna del pueblo, pende de una columna en el negocio de Alves: "Julio simpatizaba con los blancos, pero era neutral en política -esgrime-. Lo que pasó fue insólito. Nadie podía imaginárselo. Estaba aquí, enfrente de la radio, y me llamaron por teléfono para preguntarme qué había pasado. Crucé y vi los dos cuerpos, uno al lado del otro".

Un vecino de él, Domingo Salsamendi, de 80 años, uno de los pocos nativos de un pueblo que atesora 113, menea la cabeza: "Estas tragedias golpean más fuerte en las comunidades chicas que en las grandes -concluye-. Colombo se perdió. De Julio me preguntaron en Salto, en donde tengo familia, de qué color tenía el pelo, aludiendo a sus inclinaciones políticas".

Al Departamento de Artigas, limítrofe con Brasil, lo llaman el penacho colorado de la república: es un baluarte del partido. Da Rosa era blanco. Pero ello no significa que la filiación política haya cifrado su destino. Aunque, según comentarios, un grupo cercano a Colombo haya

comenzado a reunirse con mayor asiduidad que antes en las vísperas del crimen.

La junta es un problema en sí mismo. Ya en 1987, el entonces secretario administrativo se vio en aprietos, durante una suerte de proceso público que se realizó en el salón de un club de fútbol, por presuntas irregularidades, como contratos excesivos y trabajo de menores, entre otras.

De Colombo, según trascendidos, se dice que en los sobres de los salarios no había dinero, sino recibos de las deudas que sus empleados contraían con el supermercado de su propiedad, el más grande del lugar. Una forma segura de cobrarles, si se quiere. "La gente no ha tomado real conciencia de lo que pasó en Baltasar Brum -juzga Dissimoz-. Tuvo más impacto en otras ciudades que aquí. No he visto, por ejemplo, un movimiento en contra de este tipo de delitos, como sucedió en la Argentina con el caso Cabezas."

La conmoción perdura, pero, a diferencia del brutal asesinato del fotógrafo, Da Rosa y su homicida, Colombo, cerraron entre sí, cual asunto personal, toda posibilidad de que no se trate más que de un hecho aislado. Inusual en Uruguay, como advirtieron oportunamente la Sociedad

Interamericana de Prensa (SIP), la Asociación Nacional de Broadcasters de Uruguay (ANDEBU), la Asociación de la Prensa Uruguaya - Sindicato de Trabajadores de la Comunicación Social (APU - STCS), la Asociación de Radiodifusores del Interior (RAMI), la Organización de la Prensa del

Interior (OPI) y la Asociación Internacional de Radiodifusión (AIR).

Inusual y resuelto, en definitiva, salvo la eventual discusión en la que pudieron trenzarse antes de que estallara la cólera. Un rapto de locura. Fatal. Que apagó dos vidas, que dejó viudas y huérfanos, y que precipitó el silencio en donde reinaba antes de que apareciera la radio. En pueblo chico, silencio grande.

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