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México
9 de agosto de 2010
Protesta de periodistas mexicanos para quebrar el silencio ante la impunidad
María Idalia Gómez y Darío Fritz


Foto Guillermo Arias/AP
Fue en silencio, como silencioso es el velo de impunidad que marca la muerte de más de seis decenas de periodistas asesinados y 12 desaparecidos en los diez últimos años. Fue a la luz del día (el sábado 7 de agosto), para dar transparencia de quienes quieren estar y plantan cara a una emergencia.

Poniéndole nombre en pancartas a cada uno de los que no están. De solidaridad, amistad y reencuentro, por encima de las competencias profesionales.

Los periodistas, fotógrafos, camarógrafos defeños y algunos pocos colegas llegados de estados vecinos, podían dar muestras de satisfacción para aquello que no habían logrado concretar en varias décadas: reunirse, manifestarse, protestar, porque el acuciante escenario de violencia que se vive en México los ha agredido con tanta virulencia que amenaza la libertad de expresión en el país, de la mano del crimen organizado que mata y desaparece, y hasta militares y policías que impiden muchas veces informar.

El motor había sido el secuestro de cuatro colegas dos semanas atrás, que por primera vez tocaba las venas de dos televisoras que asientan sus reales en la Ciudad de México. La violencia había llegado a las puertas del centro de la usina política mexicana, como nunca había ocurrido antes. Y más de un millar ahora salía a las calles a protestar.

Si con antelación los periodistas eran asesinados o desaparecían en Hermosillo, Ciudad Juárez, Tijuana, Nuevo Laredo, Iguala, Gómez Palacio, Monterrey, Acapulco, Morelia o Los Mochis, la ola tocaba ahora la sensibilidad de los adormecidos periodistas y medios capitalinos, y como bien debía ser en estos tiempos, sería con la nueva tecnología con que se hace hoy la profesión, que se comenzó a machacar durante una semana y media sobre la conciencia de cada uno llamando a través del twitter y el facebook a salir de la modorra. No fue sorpresa que una pancarta twitera lo reflejara.

Ni uno más, reclamaba una consigna escrita sobre cartulina blanca, con el temor exprofeso en la cita de que la exigencia lleva también implícito el miedo a repetir la historia. Sobre las escalinatas y la vereda del Ángel de la Independencia -el ícono mexicano que reúne los puntos de partida de decenas de hitos, donde todo parece empezar o terminar-, unas pocas figuras reconocidas ganaban los micrófonos para esparcir su apoyo a la protesta, y centenares, entre los que se encontraban organizaciones sociales ciudadanas sin banderas, acompañaban en apretado silencio.

Para ese momento, pasado el mediodía sobre la avenida Reforma, la frase “losqueremosvivos” que había ganado terreno en las redes sociales para reclamar por la vida de los cuatro secuestrados, y se convertiría en la frase que aglutinaría el reclamo, dejaba paso a un nuevo slogan que los arropaba; "Fin a la impunidad, si no hay periodistas no hay información", impreso en la gran pancarta con fondo rojo que iba a la vanguardia de la manifestación.

Desde los celulares se podía saber al mismo tiempo cuántos lograban congregarse al mismo tiempo o en horas anteriores. La información llegaba desde Monterrey y Oaxaca, Xalapa, Tijuana, Hermosillo y Morelia, Tuxtla Gutiérrez, Chihuahua, Ciudad Juárez, Guanajuato y Acapulco.

También se sabía que otros lugares aquello era imposible. En Tamaulipas hasta pensarlo habría sido peligroso, dijo una de las organizadoras.

En el camino a la Secretaría de Gobernación algunos automovilistas pitaron sus bocinas en un apoyo que daba aliento. A un costado de la acera de Reforma, la luchadora social Rosario Ibarra, alentaba con el sello impreso de quienes no se rinden. El socio del diario Noroeste de Sinaloa y diputado panista Manuel Clouthier, daba una muestra más de ser un rara avis del partido oficial y avanzaba desde la última fila de manifestantes sin querer ganar protagonismo. Sombrero en mano, Humberto Musacchio curioseaba entre las pancartas, Miguel Ángel Granado Chapa alentaba a la unidad contra la impunidad, Ricardo Rocha, Gerardo Galarza y José Cárdenas volvían a demostrar solidaridad en las calles, Froylán López Narváez saludaba a tantos a los que formó en sus clases de periodismo, el abogado y ex jefe policial del DF, Gabriel Regino, escribía mensajes de twitter con su iPod de última generación, y el documentalista y productor televisivo Epigmenio Ibarra filmaba y entrevistaba sin cesar.

Si algo podía desentonar fueron las caras a las que se quería ver del brazo y en la misma pelea. Directivos y editores, propietarios de medios de comunicación y periodistas que son figuras públicas, a los que los organizadores les habían tendido una mano desde el comunicado de convocatoria del día 3 de agosto, en que los invitaban a sumarse para reclamar desde el mismo barco contra el fin de la impunidad, el pedido al Estado mexicano para que se respeten las garantías constitucionales de acceso a la libertad de expresión e información, y seguridad a periodistas y medios para informar.

Un cartel ubicado estratégicamente en el cruce de Reforma e Insurgentes con los rostros de cuatros conocidos periodistas a los que se colocaba como enemigos de la causa de la protesta, se convirtió en una patada agria al estómago de todos que, como respuesta, la trataron de quitar de inmediato. La anacrónica táctica de “dividir y confrontar”, recordó un veterano productor de televisión, curtido en batallas de coberturas en terremotos, inundaciones y pasadas guerra centroamericanas.

En silencio partieron y en silencio caminaron la casi veintena de cuadras hasta la parte trasera de la Secretaría de Gobernación. No se entregó ninguna queja a las autoridades. Ni necesidad había. La protesta había cobrado fuerza en la calle y se reflejaría en estaciones de radio, televisión y medios escritos. En el país y en el extranjero.

En una hora de caminata, se recordaba en el murmullo de las charlas el paso colombiano en defensa de la libertad de expresión contra los carteles de la droga, el presente italiano de la unidad de medios de comunicación frente a los intentos de amordazamiento en la Italia de Berlusconi.

La reflexión era mirar hacia adelante, impedir que la protesta fuera una sola simple catarsis, seguir construyendo acuerdos para poner freno a la impunidad, generar medidas de seguridad y confianza. Apreciar - en voz de los más optimistas-, que de ahora en más ya no será lo mismo para los periodistas mexicanos.

“No sé lo que vendrá”, soltaba al despedirse una de las organizadoras.



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