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Brasil
11 de junio de 2010
Fotógrafo torturado en Río de Janeiro celebra sus dos años de vida
Clarinha Glock

Este podría haber sido un caso más como el de Tim Lopes - periodista de la TV Globo que fue torturado y asesinado después de que traficantes de drogas lo descubrieron mientras hacía un reportaje en la favela Vila Cruzeiro, en junio de 2002, en Río de Janeiro.

Pero los periodistas torturados en la Favela de Batan en mayo de 2008, después de que fueron descubiertos por milicianos (grupos paramilitares formados por policías y ex-policías) mientras hacían un reportaje de denuncia, pasaron por tres tribunales y los milicianos por fin decidieron que no los matarían. Pudieron vivir para contar la historia.

Podría haber sido un triste comunicado más de prensa sobre la impunidad en los crímenes contra periodistas en el ejercicio de su profesión, pero los principales acusados están encarcelados.
Ese episodio sobre el equipo del diario O Dia fue torturado durante horas en la Favela de Batan, en la zona oeste de Río de Janeiro, despertó discusiones en las redacciones, llevó al encarcelamiento de muchos de los involucrados - incluso ligados al gobierno -, además del reconocimiento sobre el peligro que representa la actuación de ese grupo paramilitar que, hasta entonces, era visto como un mal menor por los políticos y por la sociedad en general. Por todo eso, es un punto de cambio dentro de la cobertura periodística en Brasil.

Dos años después, el conductor, el fotógrafo y la periodista que sufrieron la tortura y tuvieron la suerte de escapar con vida (que no tuvo Tim Lopes) tienen en sus memorias y en sus cuerpos las marcas de esa experiencia. Sus nombres no fueron divulgados porque todavía persiste el miedo a represalias.

Ellos están fuera del Estado. Viajan de un punto a otro sin fijar raíz. Aunque los jefes de las milicias que comandaron el secuestro fueron juzgados y están encarcelados y otros milicianos responden en la Justicia por el mismo crimen, los paramilitares siguen dominando algunas áreas de Río de Janeiro. Tienen influencia en gobiernos y en algunas comunidades. Y como sus integrantes tienen su origen en la policía, disponen de informaciones privilegiadas para encontrar a sus enemigos.

No todos los milicianos quedaron satisfechos con que el equipo de periodistas saliera con vida de la favela. Uno de los milicianos se lo dijo al fotógrafo antes de liberarlo. Otro mensaje semejante llegó hasta los periodistas tiempos después, también a través de intermediarios que viven en las favelas: “en caso de que aparezcan en Río de Janeiro, serán matados”.

El periódico O Dia no se dejó intimidar. Estampó en la portada de un suplemento especial un dossier sobre la tortura sufrida por sus profesionales y sobre la actuación de las milicias. El periódico sigue publicando artículos denunciando la acción de los milicianos.

Por primera vez, a dos años después de lo ocurrido, el fotógrafo de O Dia decidió hablar. Su testimonio fue grabado por la SIP el 13 de mayo de 2010 en un hotel de donde él partiría al día siguiente, llevando en su “maleta” la experiencia profesional reconocida por su calidad periodística, el miedo provocado por sus torturadores y las ganas de estar cerca de sus amigos y de regreso en su trabajo.

Ese fotógrafo sobrevivió a la tortura, pero todavía no puede decir que es un hombre libre. Las voces de los torturadores y la posibilidad de reencontrarlos es una amenaza constante. “Los principales fueron encarcelados, pero los demás siguen actuando, y ellos tienen mi fotografía y la de la reportera”, dijo.

Como todo bueno periodista, tiene la necesidad de hablar y contar lo que pasó. Y es eso lo que hace acá, a pecho abierto. Su testimonio tiene un elemento simbólico muy fuerte. “Mañana es mi cumple”, fue su primera frase: “El 14 de mayo de 2010 cumplo dos años de vida”.
Exactamente el mismo día, dos años antes, él y los demás del equipo que se habían infiltrado como moradores en la Favela de Batan para obtener datos sobre las milicias en la comunidad fueron descubiertos y se inició entonces el peor momento de sus vidas. El fotógrafo dijo que no está arrepentido del reportaje. Muchas denuncias sobre la acción de los milicianos en las favelas llegaban casi diariamente a la Redacción. El cobro ilegal por protección y por servicios, las humillaciones y castigos impuestos a los que no actuaban de acuerdo con las reglas de los nuevos “dueños de la favela”, fueron situaciones que presenció desde el primer día, cuando fue a la panadería y escuchó las charlas y reclamaciones. “Todo el mundo sabía lo que ocurría, pero percibí que la cosa era más grave”, explicó.

Más que todo, ese testimonio es una apelación por el fin de la impunidad, para que todos los involucrados sean encarcelados y condenados. Es una propuesta de revaluación de errores y aciertos en el trabajo de la prensa. Y un retrato del drama de personas que, como este periodista, viven bajo la amenaza de un poder paralelo en Brasil. Un poder que aún genera autocensura, miedo, agresiones físicas y psicológicas, principalmente en los rincones del país lejos de los grandes centros y de las empresas de comunicación con mayor estructura de apoyo a sus equipos.

RELATO DE LA TORTURA

Dos años después de la tortura en la Favela de Batan, el fotógrafo de O Dia (su nombre y su imagen serán preservados por cuestiones de seguridad) habla agitado, ansioso por la oportunidad de ser escuchado. Describe la historia con detalles: él y la reportera se hicieron pasar por una pareja que vino de otro Estado y que buscaba trabajo. Él aguardaba que fuera llamado para un trabajo en una gran empresa brasilera. Alquilaron una casa, hicieron amigos entre los vecinos - uno les regaló un sofá. La reportera empezó a trabajar como cocinera. Él iba a trabajar como ayudante de obras de construcción. El conductor hizo el papel de amigo, y dormía en la casa de una familia que vivía en la favela - usaba el coche que serviría para una fuga, en caso algo de que saliera mal.

Ellos hacían contacto con el jefe del reportaje todos los días. Y todo iba muy bien. Se preparaban para concluir el período dentro de la favela porque ya tenían informaciones suficientes - él había hecho fotografías de dentro de un coche con el vidrio oscuro. Dejaba la cámara fotográfica en una casa ubicada fuera de la favela. Entonces pasó lo que no estaba previsto. Fueron descubiertos. El fotógrafo cuenta:

“En la noche del 14 de mayo de 2008, miércoles, salí con el conductor del periódico. Había un partido de fútbol que íbamos a ver. Estábamos cerca de 50 metros del lugar donde vivía. La reportera quedó en la casa.

A las 21hs llamé al jefe en el periódico y dije que todo estaba ok. Pero, cuando salimos, vinieron tres coches:

- Mano en la cabeza, vagabundo!
- Es periodista!
(Y ya nos golpeaban)
- Ustedes van a ser los nuevos Tim Lopes!
Nos sujetaron con esposas. Ya sabían el nombre de la reportera, preguntaron dónde estaba y nos subieron a uno de los coches.
Quedamos todo el tiempo a oscuras, con una capucha en la cabeza.
- Van a morir, voy a cortarles, pero antes van a usar coca (cocaína). Voy a dejarlos en el Fumacê (otra favela de Realengo, en la zona oeste de Rio de Janeiro) y diré que fue el tráfico de drogas.

Un hombre grande preguntó:
- ¿Usted es el (fulano)?

Y me golpeó el oído. Después de buscar a la reportera, nos llevaron a dos casas, una grande, más confortable, y otra que parecía un depósito de gas. Y, al final, para otra comunidad donde había dos coches de la policía - podía ver sus botines.

Quedamos los cuatro en la sala: yo, la reportera, el conductor y un vecino que estaba junto.

Uno dijo:
- Ustedes van a morir, quieren acabar con nuestro trabajo.
Dije: “Que nos liberen, y la historia se termina acá...”
- ¿Estás loco? Van a morir...
“Si hubiese pedido permiso, la milicia no me habría permitido...”.
- Cállate la boca, solo vas a hablar cuando yo te deje.
“¿Usted sabe que va a matar a un periodista? Todos saben que estoy en esta comunidad”.

Un hombre quedó con nosotros. Tenía una flauta, la tocaba y decía, con uvoz de cura:
- Ese hombre que tiene el arma en tu cuello te va a matar. Pide perdón a Dios por tus pecados... (Al fondo, oía el ruido de vacas y de coches en la Avenida Brasil)Era lo que hacía... pedir a Dios.

Ellos hablaban por el Nextel (equipo de comunicación, como un móvil) con otros policías. Pidieron mi email y el de la reportera. Querían saber qué informaciones habíamos pasado a la Redacción. Cuando descubrieron que teníamos fotografías, entonces dijeron una vez más que íbamos a morir.

Pedía que no le hiciesen nada al residente de la favela que estaba con nosotros, porque él no sabía que éramos periodistas.

Nos llevaron a otra habitación. Muchos golpes - nos golpeaban con guantes. Sólo había luz de velas y del teléfono móvil. Pedí que no golpeasen a la reportera. Nos mantenían encapuchados hasta que no aguantábamos, y entonces nos la sacaban.
Una hora amenazaron con violar a la reportera. Querían saber qué informaciones teníamos. Tomaron mi cámara fotográfica. Miraron las fotos, me golpearon aún más.

Fueron muchos golpes. Dijeron que iban a disparar el arma.

Nos juzgaron en tres tribunales. El primero decidió que íbamos a morir, pero antes iban a golpearnos mucho. El segundo también decidió por nuestra muerte. En el tercero, vino el jefe - un coronel, después un comandante. Y cada vez llegaban más policías. Lo sé porque veía sus botines, y escuchaba el ruido.
Cuando íbamos a desfallecer, nos llevaron para otro lado, y nos aplicaron electrochoques en los pies.

Llegó un comandante o coronel. Discutieron. El hombre dijo que yo vivía en la "Zona Sul" (área donde viven las personas con mejores condiciones de vida en Río de Janeiro)

- Hijo de una puta, usted, con hijos bonitos, morador de la "Zona Sul", ¿qué vino hacer en la favela?

Quedamos secuestrados desde las 21h hasta las 5h. Fueron casi siete horas de tortura hasta que nos liberaron.
- Ustedes tienen suerte, porque el coronel mandó que los liberase, pero tenemos toda la información sobre sus familias. En caso de que publiquen el reportaje, van a morir.

Muchas cosas se me quedaron grabadas en mi pensamiento y no me las puedo quitar: en especial la frase de que nosotros nunca más seríamos los mismos y de que éramos “vermes”. Y no somos los mismos. Ahora soy una persona mucho mejor. Más que nunca doy valor a la vida.

Pero sigo pensando en ellos, los veo todo el tiempo. No consigo sacar de mi cabeza la imagen de la reportera siendo golpeada. Toda la película está en mi cabeza, desde el momento en que salí de mi casa, hasta cuando nos llevaron de vuelta a la casa de uno de los residentes. Cuando llegamos, no nos reconocíamos de tanto que nos habían golpeado.

Tuve que enseñarles cómo tomar fotos con mi cámara. Fui al primero que fotografiaron, como si fuera un criminal. Después fueron la reportera y el conductor.

Se llevaron la máquina, dijeron a los familiares del conductor que ellos eran personas buenas, porque nos iban a liberar. Antes, oí a uno de los milicianos hablar en el teléfono. Su hijo había nacido un día antes y tenía fiebre. Habló con su mujer:
- Cariño, estoy acabando el trabajo, pero dale una pastilla que la fiebre le baje.
Otro miliciano dijo:
- Si fuera usted, buscaría una iglesia, porque no vas a salir vivo.

Cuando nos liberaron, estábamos perdidos, con miedo de buscar la policía. Fuimos a mi casa, desde allá llamé a las personas del periódico. Estaba muy mal. Mi ex-mujer (Obs: se separó de ella después de lo que vivió) me ayudó.

Y entonces empezó la fuga con la familia. Fue otra tortura.

Hoy necesito medicación para la tensión arterial. Estoy en tratamiento con un psiquiatra y con un psicólogo desde el primer día.

No fue la primera situación de riesgo que viví.

No teníamos dudas, nosotros estábamos muy seguros de lo que hacíamos en la favela, y por eso ni nos cuestionamos porqué nos quedamos tanto tiempo allá. Toda la historia estaba muy bien planeada, teníamos una salida estratégica. Pero fuimos denunciados. Mientras nos torturaban, decían que tenían fotografías de mis hijos y describieron todo lo que tenía de ellos en el periódico. Sabían lo que hacían mis hijos. Sabían cómo la reportera era conocida en la Redacción, y sobre lo que solía hablar.”



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