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La comunicación social hoy, o la pérdida del sentido institucional de las acciones de gobierno.
Jesús Ramírez López
Hoy en El Mañana, uno de nuestros periódicos anfitriones se consigna nuestro futuro: los banquetes, más que por la voluptuosidad de los manjares, son grandiosos por la fraternidad de grupo que se confirma. Estar aquí reunidos es un placer, que así sea siempre, abundancia de diálogo y de regocijo gremial.

En mi experiencia, el fundamento de la comunicación social es aquel que le da sentido institucional a las acciones de gobierno con el objetivo de construir una gran y variada comunidad con valores esenciales como la solidaridad, el respeto a las diferencias; con derechos ciudadanos plenos, de Estado de derecho con garantías y otro tanto que no acabamos de construir. Y he aquí el porque la ciencia deontológica es el gran espíritu animador del quehacer de este servicio público vital para el desarrollo de las sociedades.

Hablar de comunicación social, luego entonces, tiene como principio señalar que el escenario donde nos desempeñaríamos es el de los deberes con sus responsabilidades y derechos que conciernen en conciencia a esos profesionales. Sin embargo, esto no ha sido así y cada vez esa concepción deontológica tiende a ser desterrada de la misión del servicio publico.

Hoy ¿en dónde está este servicio público trascendental para la democratización de la vida nacional, dada su característica de rendición de cuentas y trasparencia institucional? En su ejercicio cotidiano, en su práctica, la comunicación social está en otra parte, es un agua que cae en otra fuente, la de la consagración de la imagen.

En estos tiempos, el comunicador oficial tiende más a desempeñarse como un operador político, como un gestor de objetivos demasiado particulares y sesgados, es decir, es el promotor de la imagen del jefe y desarrolla su trabajo en un contexto cultural demasiado pervertido por la clase política que lo contrata y lo arropa.

Es por ello que la construcción del discurso oficial se ha constituido en un gesto multifacético de la botarga de cada día, para cada circunstancia y ante cada situación de riesgo y, de acuerdo, a las demandas que impone el mercado periodístico. Esta es pues la contradicción y el sentido contracultural de la comunicación social oficial en México.

El tiempo esperado donde el comunicador social se movilizaría en los objetivos del servicio al ciudadano; se abocaría, vía la comunicación, a la construcción de una conciencia comunitaria que tendría por eje fundamental la solidaridad entre y para los ciudadanos nunca llegó. Ese tiempo y esa visión casi están desterrados.

La idea republicana que nos permitió construir la nación mexicana fue hecha a un lado para dar paso a la república de la imagen, a golpe de declaracionitis, mutismos y spots. Lo que arrasa al más fuerte de los contrapesos que en otras circunstancias equilibraban los poderes trinitarios: democracia representativa-estado providencia-clase media, que hasta hace poco, parecían constituir la quintaesencia de las sociedades desarrolladas, y así hasta llegar al actual estado de derechos políticos consagrados en la letra constitucional, pero sin la garantía de efectividad.

Así, parafraseando al filosofo francés Alain Minc la vieja trinidad, fundamento de la democracia representativa, desaparece y entra en escena una nueva compuesta por jueces (Poder Judicial), medios de comunicación y opinión pública y publicada. Inicialmente contrapoder, esta trinidad se ha convertido en poder, porque por su sola existencia consigue inhibir a la política, y en este juego a tres bandas, los medios de comunicación son ya el actor principal de la primavera de la imagen.

Para seguir con Minc, les diré que “el control de los hombres se sustituyó por el control de las instituciones. En cuanto a los periódicos y a los periodistas, el control se siguió ejerciendo a través de una mezcla sutil de presiones capitalistas, prebendas individuales y connivencias institucionales; que sólo han podido remontarse por la evolución de la sociedad y la revolución de las mentalidades. Así, el ejercicio profesional periodístico, medios y periodistas se han liberado, más por su propia praxis que por las reformas a los textos legales.

“Hoy los medios de comunicación no se contentan, y que bueno, con el papel de ser cajas de resonancia. Qué mejor criterio de eficacia para el periodismo de investigación que el ser capaz de poner en marcha el aparato de gobierno: la sola apertura de una investigación judicial es suficiente para validar el trabajo periodístico y, una inculpación derivada de ese trabajo representa para el periodista que destapó el caso su mejor premio y su mejor retribución profesional”.

Bien ¿qué hace el comunicador social (operador político) en este nuevo contexto? “en principio intenta controlar a los medios de comunicación. Pronto se da cuenta que estos intentos, residuos de otras épocas, y también de su ignorancia e incapacidades, son vanos y entonces recurren a lo que para él son los nuevos gurús: los asesores de imagen y, así, el operador político se convierte en publicitario”.

“Quiere convencer a su clientela de que un eslogan remplaza un programa de gobierno y a políticas públicas, si es que las hay; la imagen a la personalidad y, el estilo al alma. Vive así, su borrachera democrática. Por suerte la opinión pública, con su proceso de ejercicio periodístico es en este nuevo siglo lo que la clase obrera fue en alba del siglo XX: una realidad, un mito y una psicosis. No es casualidad que la justicia se esté convirtiendo en el último arbitro social, tampoco es casual que individualismo y exclusión doblen las campanas por el sueño confortable de una sociedad solidaria”.

Sigue Minc: “la democracia de la opinión pública que se alienta desde el Estado ha comenzado su reinado. Luchar contra ella es equivocarse de trinchera. Ignorarla es optar por su rostro más inquietante. Sólo nos queda una salida: intentar repensarla.

“Si no construimos la democracia de la opinión pública, ella lo hará por si misma; la borrachera democrática triunfará y en nuestro futuro no saldrá el sol, ni dios, ni dueño: ésta fue durante siglos la aspiración de los demócratas, de los liberales y de las élites ilustradas. A nuestra generación le corresponde salvaguardarla frente al desafío inesperado y brutal de la democracia de la opinión pública”.

Para entrar en conclusiones daré algunas reflexiones desde la óptica del comunicador social y también desde mi condición irrenunciable de reportero, pues mi paso por la comunicación social oficial es una incidental del oficio y del reporte de mi historia periodística.

C. Wright Mills: “los medios de comunicación le dicen al hombre de masa quién es: le prestan una identidad; le dicen qué quiere ser: le dan aspiraciones; le dicen cómo lograrlo: le dan una técnica; le dicen cómo puede sentir que es así, incluso cuándo no es: le dan un escape”. Y si bien este señalamiento no es una máxima para los operadores políticos, tampoco excluye a los probables.

En sus prospectivas de análisis los comunicadores sociales acentúan mucho en el interés que generan los periodistas con sus historias en el ánimo de sus audiencias; de ahí que cada vez que se informa de los “exitosos” operativos antinarco se enfatice en que se trata del “más”, dejando atrás a los otros y a lo otro, como una forma de anular de la memoria colectiva la incapacidad que caracteriza la responsabilidad del Estado.

Otra consideración de la comunicación social al quehacer periodístico es aquella que tiene que ver con los cambios e innovaciones de la cobertura de los sucesos, ya que ello tiene que ver con las modificaciones de la realidad. Leer una historia del crimen organizado en los años 50, 60, 70 y aún en los 80 siempre significó modificaciones aunque pasivas, en los hábitos de respuesta social; hoy las respuestas de las audiencias son otras, son las de la reflexión, la conciencia y la acción. No perdamos de vista esto.

Finalmente dos cosas: Una: el rango alcanzado, a punta de fuego balístico y de corrupción, de problema de seguridad nacional del capítulo narco del crimen organizado, hace de éste un problema fundamental de la democratización de la vida nacional, y es por ello mismo una responsabilidad del Estado mexicano y de la comunidad internacional. Dos: este es el desastre en que se encuentra la comunicación social, y en no pocas ocasiones sus contrapartes, no hagamos nuestro el tiradero, queriéndolo recoger tal cual. Muchas gracias.

Jesús Ramírez López
Nuevo Laredo, Tamps., 27 de enero de 2006.





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