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Cubrimiento de la Violencia Juvenil Urbano
Marta Ruiz
En 1988 Colombia se dio cuenta de que algo estaba pasando con los jóvenes cuando se descubrió que muchachos menores de edad eran quienes disparaban el gatillo en los magnicidos que vivió el país. Todos eran jóvenes, y provenían de un lugar común: las comunas. Los barrios olvidados de la ciudad que todos consideraban epicentro de progreso y bienestar.

Por lo menos cinco años atrás en el 83, había ocurrido algo singular y episódico. Una de las guerrillas colombinas, la más urbana, había instalado campamentos urbanos durante su fallido proceso de paz. En estos campamentos enseñó a muchos chicos a manejar armas, explosivos, a organizarse para hacer acciones. Pero el proceso de paz fracasó, los del M19 se fueron, y armas y muchachos se quedaron. No había pasado mucho tiempo cuando las bandas ya tenían el control de los barrios. Particularmente de la llamada Comuna Nororiental. Un sitio densamente poblado por gentes pobres que emigraban del campo. Y no encontraban oportunidad en la ciudad. Unos barrios que crecieron sin servicios. Invisibles para una ciudad que se preciaba de ser capital industrial, y el mejor vívidero del país.
Alrededor de 1985 y hasta el 87, las bandas dominaban los barrios. Manejaban los negocios de la droga y el crimen común. Unas más fuertes y otras menos, pero eran un fenómeno netamente de criminalidad. Hasta que el Cartel de Medellín, en particular Pablo Escobar entró en guerra con el Estado, y encontró allí suficiente mano de obra para armar su ejército.
Este proceso de incubación no lo vimos los medios. Apenas, cuando los sicarios empezaron a ser noticia, los periodistas pusieron sus ojos en las comunas. Se hicieron decenas de reportajes donde se cubrían estos barrios como una zona de guerra en Beirut. Una periodista incluso llegó en helicóptero a la cancha de uno de los barrios y transmitió un informe como si estuviera en el Bagdad.
Los boletines de policía señalaban a las comunas como un nido de criminales donde niños jugaban a la guerra a cambio de plata. Era una visión netamente criminal y policial del asunto. Cubriendo apenas los hechos, los actos, los episodios. Nadie entendía qué estaba pasando. Pero este cubrimiento superficial logró el efecto de siempre: señalar con dedo acusador a los malos, ponerles un estigma, y crear un modelo que la cultura de masas pudiera consumir para identificar al sicario: camisa por fuera, tenis de marca, corte de cabello ralo.
Entonces un periodista, con vocación de sociólogo, decidió indagar un poco más, ponerse del otro lado de la noticia, y explorar ese mundo, ya no con la intención amarillista sino de explicar el contexto social y político que servía de caldo de cultivo a este fenómeno. Este periodista, Alonso Salazar, en su libro No nacimos pa semilla, logra hacer un retrato bastante completo de la lógica de estos muchachos, de por qué mataban, los códigos éticos y la estética que los acompañaba. Se empezó a ver que detrás había un asunto serio de cultura de la violencia en los jóvenes, una cultura que tenía una mezcla de elementos religiosos, de culto a la madre (lo que luego inspiraría a la virgen de los sicarios) y que los medios de comunicación estaban reforzando estos imaginarios al convertir en héroes a los criminales.
La ciudad entró en una especie de emergencia. Las medidas policiales no funcionaron, entre otras cosas porque Pablo Escobar pagaba muy bien a estos muchachos por cada policía que mataban. Los policías no subían a los barrios. Se crearon bandas realmente criminales. Entonces se creó un programa de la Presidencia para tratar la emergencia de la juventud en Medellín. Era obvio que a las comunas nunca había llegado el Estado. Y si llegaba, no le llegaba a los jóvenes. La desescolarización era muy alta. No había espacio para la recreación. Ojo, porque la recreación era muy importante. Este programa presidencial acogió los estudios que había hecho el periodista Salazar, que entre otras cosas era un periodista independiente que trabajaba en una ONG, y se basó en ello para hacer su propuesta. El centro de la propuesta o del ofrecimiento que hizo el gobierno para tratar la crisis de los jóvenes en Medellín, fue un programa de televisión: Arriba mi Barrio. Poner al centro de la propuesta un programa tenía mucho sentido si el diagnóstico era que había una cultura de la violencia y un quiebre de valores. Obviamente la pobreza, la inequidad, estaban en el fondo, pero como siempre en nuestros países, la inequidad no es tema. No se hicieron obras sociales, ni los colegios que se necesitaban. Digamos que la estrategia cultural se quedó sola. Pero no importa, porque quiero contar el impacto que esto tuvo.

1. Visibilidad. Los medios habían invisibilizado a los jóvenes pobres de la ciudad. Su vida cotidiana no existía. Sólo los mostraba cuando mataban. Y a los muchachos les gustaba salir en televisión, así fuera matando. Se sentían orgullosos. Arriba Mi Barrio entonces eran 3 horas de televisión en directo. Con tres segmentos. Uno donde invitaban a un joven que fuera la antítesis del joven delincuente, y que por lo general también viniera de abajo. Que pudiera ser un modelo ejemplar. Futbolistas, cantantes, gente famosa. Un segundo segmento era desde los barrios. Cada vez se contaba la historia de un grupo barrial diferente. Y finalmente se proyectaba una película, generalmente, de acción, pero no con el ingrediente de violencia.
2. El programa se complementó con otros de cultura donde ellos eran protagonista, definían sus proyectos, iniciativas.
3. Se empezó a luchar contra el estigma. En general, los medios empezaron a abrir sus micrófonos y páginas a los jóvenes. El Colombiano, por ejemplo, que es el periódico de la ciudad, siempre muy pro establecimiento, empezó a mostrar la vida de estos muchachos.

Para entonces ya el estigma había caído sobre ellos de tal manera que habían empezado a surgir grupos de limpieza que hacían matanzas indiscriminadas de muchachos. En 1990 se vivió por ejemplo un toque de queda para los jóvenes. La orden era que no estuvieran en la calle después de las 9 pm ni en las esquinas. Ya era una situación de terrorismo impuesta por las bandas más refinadas, que servían a Pablo Escobar y que eran parte de su estrategia de terror.
Con la muerte de Pablo Escobar en 1992 se cerraría este ciclo. Pero de ninguna manera el ciclo de violencia.

Segundo ciclo:
Las milicias: visibilidad acrítica

Ya a finales de los años 80, las guerrillas habían puesto sus ojos en Medellín. Ver a estos muchachos proclives a las armas y el plomo les hizo creer que serían un vehículo fácil para la insurrección urbana. Medellín se llenó de estos guardianes que terminaron en verdaderas guerras con las bandas. Y terminaron en disputas de territorio absurdas. ES ahí donde se empieza a sofisticar el armamento, a pasar de las armas cortas y domésticas a las metras. Los medios registraron el fenómeno miliciano, pero de nuevo como una generalidad. Se sabía que allá, en esa ciudad de las comunas, había un poder emergente, pero nadie tenía idea de cómo era, de su rostro, ni los hilos invisibles que los movía.
Esta guerra no se cubrió. Vino a ser el proceso de reinserción ocurrido en 1994 y 1995 (tres grupos de milicianos entregaron las armas) lo que le dio rostro a esta guerra. Otra vez, niños armados. Con un poder absurdo sobre todos los barrios. Este proceso de paz es quizá uno de los peores fracasos que ha habido en el país. De las milicias de Moravia, que se desmovilizaron en el 94, quedan de unos 120 muchachos, no más de 8. Todos están muertos o en la cárcel.
Y de las milicias del pueblo y para el pueblo, que se desmovilizaron 600, el balance es peor. Sobreviven unos 200, de los cuales 50 están en prisión, y por lo menos 20 de ellos tuvieron que volverse a desmovilizar recientemente. El error principal en esta desmovilización fue de estrategia. El Estado le entregó a los desmovilizados, nuevamente armas, pero esta vez legales, a través de la figura de una cooperativa de seguridad, figura que estaba en boga en esta región. Baste con decir que en lo fundamental, se mataron entre ellos.
El error principal de los medios en esta coyuntura fue la mistificación de los líderes. Lo que también los vació los contenidos. El dejarnos guiar como borregos por las señas que nos daban las autoridades y los propios milicianos. Es decir, nos hicieron lo que al vaquero con la vaca muerta.

Tercer ciclo:
La visibilidad superficial y los hechos que nos toman por sorpresa

Para entonces, ya se estaba incubando un nuevo ciclo, que sería peor. Primero en la Comuna 13, que era una barriada de bajo perfil que los medios nunca vieron porque no estaba geográficamente en el centro de gravedad del conflicto. Allí se fue incrustando un fenómeno ya no de milicias sino de verdadera guerrilla urbana. Muy lumpenizada y criminal. Es más, las FARC sacaron a bala de allí a los grupos milicianos que se declararon independientes. Esta comuna está en la montaña, limita con el campo y está llena de recovecos.
Al mismo tiempo en las zonas donde hubo milicias (La comuna nororiental y Moravia) empezaron a instalarse los grupos paramilitares. A finales de los 90 nos preparábamos para una guerra verdadera. Una pura guerra en la ciudad, profundamente territorial, mafiosa, sin contenido político.
En el 2000 hubo una doble estrategia. Mientras el Bloque Metro de los paramilitares se tomó los barrios otrora en manos de las milicias, el Ejército hizo una gran operación en la Comuna 13 y sacó a las FARC en una batalla campal en pleno barrio que duró casi una semana. No se si puedo describir lo que era la comuna 13. Pero de nuevo esta visibilidad sólo llegó cuando este conflicto tocó a sectores medios de la ciudad. Cuando las balas mataron a una niña en un barrio aledaño, de clase media.
El Ejército encontró a 15 secuestrados, por los que pedían sumas pírricas en un sistema de secuestro express. Esta era una zona vedada para periodistas, vendedores, taxistas. Las historias de infamia que hubo allí son únicas.
Mientras tanto en el resto de la ciudad, el Bloque Metro, entró en guerra con otro bloque paramilitar: el Bloque Cacique Nutibara, que había nacido en la cárcel por obra y gracia de Don Berna, un narcotraficantes que compro sus derechos como paramilitar. Con la plata y el armamento, doblegó al Bloque Metro y se apoderó de Medellín. En principio del crimen. Luego de las economía semi-legales, y ahora le ha enviado el zarpazo a sectores claves como la política, el transporte y la construcción.

Respecto a adelantar algunas conclusiones me permito adelantar estos aspectos:

1. Las pandillas, bandas, maras, milicias, requieren ser mirados desde una doble perspectiva, como fenómeno criminal, articulado a procesos de mafias locales y globales, y como emergencia social. Un tratamiento noticioso sólo desde el ángulo criminal distorsiona la comprensión de estos fenómenos.
2. Intentar entender lo que pasa antes de publicar.
3. Evitar caer en la chabacanería y la mirada acrítica del fenómeno.
4. La doble cara de este fenómeno hace que el periodista se enfrente al dilema de si sus protagonistas son victimarios o víctimas. Ambas cosas a la vez, quizá.
5. Evitar las explicaciones burocrática y facilistas que dan los gobiernos.
6. La prensa debería eludir dos extremos: estigmatizar a los jóvenes de barrios donde prevalece la violencia, a partir de generalizaciones. Y engrandecer o convertir en figuras míticas a los muchachos más agresivos.
7. Es importante develar las poderosas mafias de narcotráfico, de armas, tráfico de personas y delincuencia en general que se mueven tras estas pandillas y maras. Diferenciar muy bien de los fenómenos simplemente contestatarios de jóvenes.
8. En el caso colombiano, en particular de Medellín, resultó crucial darle voz a estos muchachos, como protagonistas. Verse retratados en los medios, con sus historias ayudó mucho a reconstruir tejido social. Desde los medios se lideraron iniciativas de comunicación que les dieron reconocimiento.
9. Hacer visible la realidad que ellos viven, sus barrios, sus historias, sin que necesariamente sea la violencia el hilo conductor.
10. Por lo general, donde florecen las pandillas, y éstas extienden su poder, hay corrupción policial. Poner el dedo en la llaga en este tema es muy importante.
11. Evitar los relatos simplistas. Mostrar matices hará que los lectores tengan una mejor comprensión del tema.
12. Al cubrir estos temas, el periodista no se enfrentan a organizaciones con unidad de mando, ni códigos de enfrentamiento, sino a mafias, y a personas que no suelen acogerse a normas convencionales. El cubrimiento es de alto riesgo. Requiere las más extremas medidas de seguridad.





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