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Salvador Medina Velázquez
5 de enero de 2001

Caso: Salvador Medina Velázquez



El golpe:

1 de enero de 2001
Por Jorge Elías

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Eran 11 hermanos; son 10, ahora. Salvador Medina Velázquez llevaba en motocicleta a su hermano Gaspar, el viernes 5 de enero de 2001, por la calle 1° de Marzo, un camino de tierra de Capiibary, departamento de San Pedro, Paraguay, que se abre paso por huellas de vehículos de doble tracción, entre arbustos y alambrados, desde la arteria principal, más ancha y menos sinuosa, pero también de tierra.

Salvador, de 27 años, era el presidente del consejo de la radio comunitaria FM Ñemity y ejercía la docencia, como profesor de guaraní, en la escuela parroquial y primaria del pueblo. Desde el micrófono denunciaba, cuando tenía ocasión, el contrabando de rollos de madera desde la reserva forestal del Ministerio de Agricultura y Ganadería del Paraguay, y las conexiones de una banda de la colonia Ara Pyahu, a 20 kilómetros de Capiibary, vinculada con asaltos y con otros delitos. Lo hacía de común acuerdo con sus hermanos Pablo, de 40 años, corresponsal del diario ABC Color, de Asunción, y autor de artículos sobre ambas cuestiones, y Gaspar, de 32, docente del colegio y conductor de un programa de música en la radio.

Los Medina Velázquez habían organizado esa noche, víspera del Día de Reyes, una reunión familiar en la casa de sus padres. Salvador había ido y vuelto dos veces, llevando otros parientes en su motocicleta por la calle 1° de Marzo. En el último viaje, cerca de las ocho, un enmascarado apareció de pronto, a la izquierda del camino, entre los arbustos. Avanzó tres pasos. Y, a un metro y medio de distancia, alzó el brazo. Disparó a quemarropa, según Gaspar. Salvador aceleró. La bala, alojada a la altura de la cadera, había entrado por su hombro izquierdo. Lo cual indica que se inclinó hacia adelante en cuanto vio al enmascarado, intuyendo sus intenciones. Aceleró de nuevo, a fondo, fuera de sí. Volcaron.

El enmascarado llevaba un antifaz negro. Se acercó a ellos con frialdad. Gatilló otra vez. Pero no acertó. Gaspar dice que tomó del brazo a Salvador y que, mientras él se apretaba el pecho con la mano izquierda, balbuceó: "Esto no puede ser". El enmascarado seguía allí, imperturbable. Recorrieron a los tumbos entre 20 y 25 metros, pero Salvador, rendido, dijo: "Ya no puedo más. Mi corazón está destrozado". Y quedó tendido, respirando con dificultad. Gaspar giró sobre sus talones: "¿Por qué? -gritó al enmascarado-. ¿Me vas a matar?". Estaban solos en el medio de la nada. El enmascarado tiró al aire mientras Salvador, exhausto, decía: "No me voy a ir más. Voy a morir". Y murió, boca abajo. El enmascarado gatilló por cuarta vez, pero la bala no salió. Y se perdió entre los arbustos; Gaspar, desesperado, corría pidiendo auxilio.


En el alboroto, Salomón, otro de los hermanos Medina Velázquez, se cruzó en la puerta de su casa con Daniel Enciso Marilin, de 29 años. Es el presunto dueño del arma que, aparentemente, habría pertenecido a un policía, según dice el comisario Mónico Orué. Marilin le dijo con gravedad a Salomón: "Tu hermano recibió un impacto de bala". Fue uno de los últimos en llegar al lugar del crimen. Poco antes de que fuera recogido el cadáver.


"Fue un asesinato premeditado", dice Gladys Vallejos, fiscal interina de Curuguaty, a 40 kilómetros de Capiibary. Calculado. Un ajuste de cuentas. Por encargo. "¿Por encargo de quién?", se pregunta. Y admite que la policía no actuó con la premura del caso, cortando las rutas esa misma noche, ni notificó el hecho dentro de las seis horas de rigor. La policía no podía cortar las rutas: el único móvil de la comisaría 17a, una camioneta Mitsubishi, reposa, bajo los árboles, con el motor averiado. "Tenemos una motocicleta que no funciona bien para patrullar dos o tres veces por día un área demasiado grande, con caminos feos, en la que viven 40.000 personas", dijo el comisario Orué, justificándose, en una oficina precaria, de madera, como la mayoría de las casas de Capiibary, en la cual el radio policial, al menos, sigue con vida. Esa noche contaba con un solo

agente, pero estaba ocupado en una cuchipanda (asado) con la cual pretendía recaudar fondos comunitarios con tal de paliar las carencias. Los otros, de una dotación de 12 a 14, habían ido a cobrar sus salarios en otra ciudad. Con los primeros indicios, la fiscal Vallejos ordenó las detenciones de Marilin; de Milcíades Maylin (su primo, aunque tengan apellidos diferentes), el presunto autor del asesinato, y de Timoteo Cáceres, director del colegio en el cual dictaba clases Salvador. Sospechoso, en su caso, por haber amenazado a algunos vecinos con un revólver que portaba en el cinturón, y que blandía a menudo como una espada, ante la posibilidad de que Salvador, o su hermano Gaspar, procurara ocupar el cargo en el cual se desempeña desde

hace cinco años. Cargo de relevancia, en una comunidad chica, por el que, según comentarios, percibe cerca de 1.500.000 guaraníes (poco más de US $ 400) por mes.

Cáceres, de 32 años, iba frecuentemente ebrio y no asistía a clases, según el comisario Orué. Razón por la que algunos miembros de la Asociación de Padres de Familia de la Calle 1° de Marzo le habían pedido a Salvador que redactara una carta, dirigida a las autoridades, en la que expusiera su pésimo comportamiento, de modo de que fuera removido del cargo. Es una hipótesis de la fiscal Vallejos, entonces, que, ciego de ira, habría contratado a los primos Mailyn y Marilin para cometer el crimen. En la semana previa había puesto en venta su motocicleta y su equipo de sonido, por los cuales pensaba reunir 700.000 guaraníes (poco menos de US $ 200), según Pablo. Suficiente para liquidar a alguien en el interior del Paraguay.

Hipótesis desdibujada

Claudio Barrientos López y Mirta Miranda habían estado esa misma noche, hasta las 10, en la casa de un hermano de ella, Rolando Miranda Martínez. Era un viernes como tantos, sin mañana, ni pasado mañana, en Capiibary, a unos 280 kilómetros de Asunción. No había más novedad, ni tema de conversación, que el calor pegajoso, trocado a menudo en aguaceros feroces, de un verano particularmente cruel. Impiadoso. Habían bebido mate, infusión caliente popular en el Río de la Plata, que, entre los paraguayos, tiene su versión on the rocks, el tereré, y que aporta por sí mismo el sabor, o la excusa, del encuentro. Y de las confesiones, dicen.

Poco, o nada, debía confesar Claudio, agricultor de 23 años, soltero. Ni Mirta, su pareja. Ni, menos aún, Rolando, el anfitrión, electricista de 26 años. Pero esa noche, después de la rutina de las despedidas, el mate, o el tereré, iba a depararles un sabor amargo.

Claudio y Mirta fueron a su casa, a dos cuadras. En la puerta advirtieron la sombra de un intruso en el cuarto. No entraron. Pensaron en buscar ayuda, temerosos. Regresaron con Rolando. Claudio se detuvo en la puerta. "¡Alto, Policía!", exclamó, simulando serlo. El intruso, o presunto

ladrón, se precipitó mientras revolvía la ropa de la pareja; llevaba un revólver calibre 38, viejo, con el caño cortado por una sierrita, según el informe policial. Iba a huir, pero cayó en la puerta de la casa, sacudido por un impacto seco, contundente.


Lo había golpeado Claudio. Con el puño. Y con tanta dureza que trastabilló; el arma voló de su mano. Rolando se abalanzó sobre él. Le apretó el cuello y, amenazándolo con un cuchillo, notó que era Milcíades Mailyn, vecino sin oficio, ni empleo, ni domicilio fijo, de 23 años, soltero, que, turbado, dijo en guaraní que era amigo de ellos. Que no lo mataran. Que... angete ajapo peti golpe ma ose vai cheve, ma a kambiase che ao a despista magua policiape (recién cometí un golpe que me salió mal y necesito, urgente, cambiarme de ropa para despistar a la policía). ¿Dónde

cometiste el golpe? Pe ka'agui jovaipe calle 1° de Marzo ari (en la parte boscosa, a ambos costados, de la calle 1° de Marzo).

Tres vainillas (balas) servidas y un cartucho sin percutir tenía el arma en poder de Mailyn que, según el informe policial, conservaron Claudio y Rolando después de la pelea. Lo dejaron ir. Sin ella. No tenían idea en ese momento de que, un par de horas antes, había sido abatido Salvador. Dos desconocidos fueron al día siguiente, temprano, a la casa de la pareja. De parte de Mailyn, dijeron. E insinuaron que debían recobrar el arma. Si no... La recobraron.

La policía detuvo un día después, el domingo, a Mailyn. Eran las cuatro de la tarde, más o menos. Estaba con seis amigos. Y, atribulado, dijo que se llamaba Bernardo Gaona. Lo reconoció su primo, Marilin, también detenido, después de haber sido chequeada su identidad en la base de datos de la Policía Nacional. Ninguno de los dos quiso declarar. Cáceres, a su vez, contrató a uno de los abogados más caros de Coronel Oviedo, ciudad que se caracteriza por los actos del Partido Colorado. Lo habría contratado con el respaldo de dirigentes políticos o en forma gratuita, según presume Pablo, dado que puso en venta su motocicleta y su equipo de sonido con tal de reunir dinero antes del crimen. Una coincidencia o, tal vez, una pista.

El Partido Colorado es el unicato que, con la dictadura vitalicia de 35 años de Stroessner como eje, gobierna el país desde 1954. En las últimas elecciones para vicepresidente de la república, cargo vacante por el asesinato de Luis María Argaña, el 23 de marzo de 1999, ganó Julio César

"Yoyito" Franco, del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA). Con él comulgaba Salvador, por más que no acreditara militancia política. Uno de los miembros del consejo de la radio, Carlos Balbuena, dice que habían empezado a hablar sobre una eventual candidatura local o departamental, pero nadie sabía de ello.

Cáceres cuenta con algún tipo de respaldo político, según un informe policial. De los colorados, supuestamente. El arma habría ido a parar a manos de Justo Franco, de 18 años, hijo de Luis Alberto Franco, seccionalero (puntero) del Partido Colorado que, según Pablo, es sospechoso del tráfico de rollos de madera. Es decir, virtual eslabón del contrabando que denunciaba Salvador desde la radio, el único medio de comunicación en varios kilómetros a la redonda. Los Franco no tienen parentesco alguno con el vicepresidente Franco.

"Estaba estorbando"

La fiscal Vallejos se reunió con Claudio Barrientos López y con Mirta Miranda. Les dijo que colaboraran como testigos. Si no, serían cómplices. Fue ordenada, finalmente, la detención de ellos y de Rolando Miranda Martínez, el hermano de Mirta, así como la de Pablo Quiñónez Torres,

Vinculado con el negocio de la madera, y de Justo Franco. Todos ellos, cinco en total, están prófugos. O desaparecidos en acción, como Luis Alberto Franco, padre de Justo y ex presidente de la seccional colorada de Capiibary.

Es más que sugestivo, sobre todo después de haberse reunido, al menos Claudio y Mirta, con la fiscal Vallejos. Tan sugestivo como los allanamientos, mantenidos en reserva por la policía y divulgados por la misma radio en la cual trabajaba Salvador. Señal de que si en poder de alguno de ellos obraba el arma, iba a tener tiempo, y ocasión, de deshacerse de ella.

Lo cual indica, asimismo, que la hipótesis inicial del director del colegio enfadado por un supuesto complot en su contra ha ido desdibujándose. O ha cobrado nuevas aristas. Adquirió, por lo pronto, ribetes políticos con tintes mafiosos, más ligados con las revelaciones radiales de Salvador que con su trabajo como docente. Pablo, en sus despachos para ABC Color, escribió en septiembre del 2000 sobre la relación de Luis Alberto Franco con los negocios de la reserva forestal que administra el Estado.

Nada hizo el gobierno de Luis González Macchi después del crimen, según los vecinos de Capiibary. De inmediato, al menos. El ministro del Interior, Julio Fanego, dejó entrever que Salvador estaba caminando sobre arenas movedizas. O, según sus palabras, pisando a alguien: "Entonces, lo más fácil para el delincuente fue liquidarlo, no más, para hacerlo callar. Estaba

estorbando a algún delincuente que estaba haciendo allí tráfico de madera, abigeato (robo de ganado) o algo por el estilo". Indicio de que el crimen estuvo más vinculado con su quehacer periodístico que con su labor docente.

Es como dice Carlos Mariano Godoy, enviado especial de ABC Color desde Coronel Oviedo, de modo de evitarle a Pablo la cobertura del asesinato de su propio hermano: "La inseguridad es el pan nuestro de cada día en el interior del Paraguay. Este caso tuvo repercusión porque la víctima fue un periodista".

De la misma forma, mientras iba en su motocicleta, fue asesinado Benito Ramón Jara, colaborador de Radio Ybu Yaú, del pueblo homónimo del Norte, en la frontera seca con Brasil, el 13 de abril del 2000; seis balazos recibió. A otro periodista, Mauri Konig, del diario brasileño O Estado do Paraná, le dieron una paliza fenomenal con maderas y cadenas, según su testimonio,

mientras investigaba sobre el reclutamiento irregular de jóvenes procedentes del Brasil en el ejército y en la policía del Paraguay. Uno de sus tres agresores llevaba uniforme. Anteriormente había publicado reportajes sobre la prostitución de menores brasileñas en el país.

El caso más resonante, e irresuelto, ha sido, sin embargo, la muerte de Santiago Leguizamón, propietario de Radio Mburucuyá y colaborador de Radio Ñanduty, Canal 13 y el diario Noticias, de Asunción. Por sus denuncias sobre el narcotráfico, el contrabando y la corrupción fue acribillado, el 26 de abril de 1991, Día del Periodista en el Paraguay, en Pedro Juan Caballero, la ciudad más cercana de Yby Yaú.

Un atraco por día

El Paraguay, en general, está pasando un mal momento. Desde hace tiempo. Al punto que monseñor Ricardo Valenzuela, obispo auxiliar de Asunción, dijo en una homilía: "Deseamos en nuestro país una democracia firme y estable que asegure la promoción armónica de los derechos humanos a favor de todos, pero, lastimosamente, está condicionado por desajustes económicos, crisis en las instituciones políticas y pérdida de los valores morales. Esto afecta especialmente a las personas más humildes, los pobres".

En Capiibary, como dijo el comisario Orué, con algo más de dos meses en el cargo, ha de haber de todo. "Los más afectados por los asaltos a mano armada son los macateros (vendedores ambulantes)", agregó. La policía quemó a mediados del 2000 una hectárea y media de plantaciones de cannabis, materia prima de la marihuana. También acecha el abigeato. Y, según Pablo, las violaciones; una sobrina de él escapó milagrosamente de un depravado en la calle 1° de Marzo. La gente se siente indefensa; muchos van armados. Hasta especulan con la posibilidad de organizar patrullas urbanas con tal de protegerse.

Las estadísticas de 1999 hablan de un asalto a mano armada por día en el tramo que va de Mbutuy a Curuguaty. Ergo, la ruta de tierra colorada, resbaladiza cuando llueve, que une Tayy Caré, Pinoty, Yasy Cañy, Capiibary, Río Corrientes y la calle 1º de Marzo, entre otros puntos considerados peligrosos. En agosto de ese año, la embajada de los Estados Unidos recomendó a sus ciudadanos que no se aventuraran por los departamentos de San Pedro, en donde queda Capiibary, y de Canindeyú.

El enmascarado liquidó a Salvador, pero, dada su insistencia, el blanco pudo haber sido Gaspar. O ambos. "Había que matar a alguien de la familia, creo yo", dice Pablo. Piensa que todo pudo comenzar en la colonia Ara Pyahu, en donde Gaspar era el director del colegio. Opera en esa zona, según dijo, la banda de un tal Rosendo Villasanti, autora de asaltos a mano armada y de

otras tropelías. La comunidad quería denunciarla. Y halló eco en Gaspar.

Los Villasanti serían entre ocho y 10 hermanos que, a su vez, tendrían contacto con los primos Mailyn y Marilin y sus parientes, otros ocho o 10. E, incluso, con un financista de otro pueblo, según Pablo. La información pasaba primero por él, para ABC Color, y luego por Salvador, para la radio. En ella, Salvador conducía el programa matutino, dedicado a música y noticias, en ausencia del locutor de turno. Y, obviamente, daba importancia a todo aquello que escribiera su hermano sobre Capiibary y sus alrededores.

Salvador realizaba sus propias investigaciones, ya fueran sobre asaltos, abigeato, o tráfico de rollos de madera o de marihuana, según Pablo. "Me pasaba los datos y yo los publicaba en ABC Color", agrega. Cuando estaba de turno en la radio, porque faltaba el locutor de turno, daba preponderancia a ese tipo de informaciones. Era un comodín, en realidad. De temer para los

maleantes, al parecer, cada vez que quedaba frente al micrófono. Lo cual no era regular, por más que fuera el presidente del consejo.

No bien quedó detenido Mailyn, Francisco Céspedes Podas, agricultor de 43 años, presentó una denuncia en contra de él por el asesinato de su hermano Amado, ocurrido el 9 de mayo de 1997 en Capiibary. Esa noche, alrededor de las 10, un sujeto rubio, delgado, de estatura escasa, en compañía de otros cinco desconocidos, pidió una cerveza en el almacén de Amado Céspedes Podas, atendido en ese momento por su pareja, Hermenegilda Maidana. Al darse vuelta, el rubio cuya descripción coincide con el aspecto de Mailyn golpeó la cabeza de ella con una botella que había sobre el mostrador.

Hermenegilda atinó a pedir ayuda desde el piso. Amado Céspedes Podas saltó de la cama; estaba durmiendo. El rubio, según la denuncia, disparó en cuanto él entró en el almacén. Y Amado Céspedes Podas, con una herida en el costado izquierdo del pecho, murió en el acto, según la denuncia de su hermano Francisco. Iba a ser sólo un asalto. El magro botín fueron 700.000 guaraníes (cerca de US $ 200), un radiograbador y una botella de caña marca

Aristócrata.

Estado de desprotección

"Nosotros estamos expuestos todos los días -dice Pablo, con un gorro, una chaqueta sin mangas, una camiseta y un vehículo con el logotipo de ABC Color-. Ahora tenemos protección policial, pero no sé qué voy a hacer una vez que pase todo esto. Tengo miedo. Por mi mujer, por mis dos hijas (una beba de meses y una adolescente de 13 años). En el funeral de mi hermano, mientras llevaba el féretro, se me acercó un tipo y me dijo: igual, usted va a morir. Luego desapareció. Yo iba con el chaleco antibalas que me había dado la policía."

La custodia policial continúa en la casa de los padres de los Medina Velázquez, pero ha sido levantada el lunes 15 de enero de la casa de Pablo. En su primera cobertura para ABC Color después del crimen, un corte de rutas en la zona, se sintió desprotegido. "Era blanco fácil y podrían haberme liquidado", dijo.

Salvador había recibido una sola amenaza de muerte en su vida. Fue en la radio, cara a cara. Ni Gaspar (síndico del consejo), ni Pablo, ni Salomón supieron quién había sido el autor. Sólo que existió. Y que fue después de que, como presidente del consejo, decidió intervenirla, arrogarse la función de director general y destituir al director artístico y vicepresidente, Mercado José Benítez González. Los miembros del consejo reaccionaron el mismo día, 12 de diciembre del 2000, con una carta en la que le pedían explicaciones. Que no llegó a dar. "La radio estaba acéfala", dijo Balbuena, miembro del consejo.

Salvador había nacido en 1972 en Yaguarón, departamento de Paraguary. Era soltero; no tenía novia. En el colegio secundario recibió dos medallas de oro por sus aptitudes. Soñaba con ser abogado, según Pablo, su impulsor en el periodismo. Estudió hasta el tercer año de derecho en Asunción, en donde participó a fines de marzo de 1999 de la protesta llamada Marzo Paraguayo

(por el crimen de Argaña y por la democracia) en la cual hubo siete jóvenes asesinados por francotiradores, pero, por problemas económicos, debió regresar a Capiibary. También había estudiado, durante un año, pedagogía.

Completó el curso superior de guaraní, por lo que era profesor. "En la fiesta de fin de año le advertí que todos los hechos que estábamos denunciando debían ser puestos en conocimiento de la Fiscalía y de las autoridades policiales -dijo Pablo-. Pero él no confiaba en ellas. Nunca había sido amenazado, salvo en la radio. Era enemigo de la corrupción, de la ilegalidad."

Pablo suele recibir amenazas: "Las tomo con calma, pero no dejan de preocuparme -dijo-. Empezaron como consecuencia de una denuncia sobre la fiebre aftosa en el Servicio Nacional de Salud Animal (Senacsa), de Canindeyú, que publicamos en el diario. Había personas que me llamaban por teléfono. Yo no voy con armas. Mis únicas armas son la cámara fotográfica y la computadora".

La fiscal Vallejos cree que va por buen camino, pero, curiosamente, hay cinco prófugos. Con dos de ellos estuvo antes de que se esfumaran. Es como si, en compañía de la policía, les hubiera avisado que iban a ser aprehendidos si no colaboraban. Y, de hecho, no colaboraron. Dijo ella que los tres detenidos (alojados en la Penitenciaría Regional de Coronel Oviedo) son los principales sospechosos: "El profesor Cáceres era enemigo de la víctima y los otros dos, Mailyn y Marilin, son conocidos malvivientes de la zona". Los tres presentaron apelaciones que no prosperaron. "Hasta la fecha de la acusación, el 9 de mayo, no descarto ninguna hipótesis -agregó-. En los 10 días siguientes se hará el juicio oral". Se hará en el templo parroquial de Capiibary.

El día del crimen, mientras Claudio Barrientos López, Mirta Miranda y Rolando Miranda Martínez tomaban mate, o tereré, sin saber, acaso, que iban terminar siendo cómplices de un asesinato por temor a las represalias, Salvador llevaba en la motocicleta a su hermana y dos de sus sobrinos,

primero, y a una de sus cuñadas, después. Por Gaspar, cuya casa linda con la radio, pasó más tarde.

El enmascarado, supuestamente Mailyn, pudo haberle disparado en cualquiera de los dos viajes anteriores. Cuando iba solo, incluso. Pero no. Disparó en la tercera ocasión. La vencida. Cuando iba con Gaspar. Dio el golpe, digamos. Y silenció el rugido del motor y, con él, el poder de la palabra. O de la libertad de expresión.

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